Juan Giusti Cordero recuenta la defensa hecha por nuestros milicianos frente al ataque británico de 1797:
“Marcharon temprano en la mañana desde Río Piedras hacia Hato Rey. Los había de toda la isla, pudientes y pobres, blancos, negros y trigueños, muchos de ellos aún adolescentes y de veintitantos años. Traían en sus mochilas algo de beber y de comer. Dominaban con pensamientos de victoria los temores que producía el enfrentamiento inminente en Hato Rey, con un adversario poderoso y bien armado. El combate sería decisivo, más aun de lo que muchos imaginaban. De ese día dependía la ruta que tomaría el país por las próximas décadas y más allá. Habían decidido estar ahí esa mañana y luchar contra un invasor por su patria aún naciente. Ya no había vuelta atrás.Era el 30 de abril de 1797.

Andaban descalzos y con pocas armas, mayormente picos y sables. Muchos traían cansancio tras haber cabalgado desde Arecibo, Moca, San Germán. Eran unos jóvenes valientes y ágiles, con un habla silvestre que hoy daríamos un mundo por escuchar. Muchos llegaron caminando, pardos y morenos del entorno de El Roble, San Antón y Loíza.

Eran nuestros milicianos de 1797. Se enfrentaron a la principal potencia militar del mundo, Gran Bretaña, y a uno de sus más temibles generales, Ralph Abercromby. Las fuerzas de Abercromby recién conquistaron la isla de Trinidad y poco antes libraron una guerra feroz contra los Black Caribs de las Antillas orientales.

Frente a Punta Cangrejos en Piñones, 68 buques de la marina inglesa anclaron el 17 de abril para iniciar la invasión de Puerto Rico. Traían 11,000 hombres en 68 naves. De ese contingente, desembarcaron más de 3,000 por las playas del hoy Isla Verde. Pronto tomaron Cangrejos e instalaron su centro de operaciones al tope de la loma de San Mateo; pero desde un principio encontraron resistencia.

Con una presencia exigua del ejército español en San Juan, milicianos del área combatieron a los ingleses desde la costa de Cangrejos hasta la Bahía de San Juan, el Fuerte San Jerónimo y aun Punta Salinas (Toa Baja). Tras el enfrentamiento final en el Puente Martín Peña, recordado en el verso sobre Pepe Díaz –un joven de veinte años- los ingleses tuvieron que darse por vencidos. Zarparon en sus naves el 1 de mayo con el consabido rabo entre las patas. Atrás dejaron a la carrera sus cañones, que serían derretidos para formar la estatua de Ponce de León hoy día en la Plaza San José.

Mucho antes que el 1 de mayo se convirtiera en el Día Internacional de los Trabajadores, el 1 de mayo era una fecha clave en nuestra historia. El 1 de mayo es la otra mitad de una pareja clave de conmemoraciones: 30 de abril, victoria en Martín Peña; 1 de mayo, zarpan los buques ingleses. Nuestra variante nacional le imparte una dimensión propia –con acento afroboricua- a la fundamental fecha internacional.

En la victoria criolla, impacta la diversidad de formas de lucha y la creatividad que tuvieron los milicianos, aun en un contexto militar. En San Jerónimo y San Antonio, se enfrentaron a puro cañonazo con los ingleses. En las playas, grupos de tiradores volantes se apostaban detrás de los uveros en defensa de las playas. En los manglares, “Paisanos Vecinos del territorio de Loíza”, como los denominan los documentos, se infiltraban en el Cangrejos ocupado, en ataques sorpresa para tomar prisioneros.

Y si creemos la leyenda de La Rogativa, la astucia y la teatralidad, el ritual y la oración también fueron parte importante del triunfo.

En tiempos difíciles para Puerto Rico, ante nuevos enfrentamientos desiguales de alcance global –que sin embargo podemos ganar, una vez más- conmemoremos con entusiasmo un episodio definitorio de nuestra historia. Y recordemos la valentía, la creatividad y la versatilidad que tuvieron los milicianos de 1797 al trazar sus estrategias de lucha para al fin, camino de Río Piedras a Hato Rey, tomar el camino de la victoria”.

Fuente: 80 Grados