El capitán de artillería del ejército español Ángel Rivero Méndez recuenta en su libro Crónicas de la guerra hispanoamericana en Puerto Rico el pánico que sintieron los habitantes de San Juan durante el bombardeo del 12 de mayo de 1898 por la flota de buques de la Armada de los Estados Unidos comandada por el almirante Sampson:
Pánico.- Ya he dicho que al empezar el bombardeo muchos pacíficos habitantes de San Juan corrieron hacia las afueras de la ciudad; el espectáculo, visto desde lo alto de San Cristóbal, era doloroso: ancianos, enfermos, cojos con sus muletas, ciegos, a tientas y sin lazarillos, madres con sus hijos de las manos y en brazos los más pequeños todos huían en abigarrado tropel, como un rebaño que se desbanda; los campesinos que a dicha hora llegaban con sus cargas de aves y vegetales, volvieron grupas, y a todo correr tomaron la carretera de Río Piedras, y hasta uno, creyendo escapar mejor, abandonó su carga y montura fiando la salvación a sus propios pies.
El teniente Policarpo Echevarría, que iba por Puerta de Tierra hacia San Jerónimo, utilizó el caballejo, y sobre la carga de plátanos galopó hasta su castillo.
El tranvía de vapor de Pablo Ubarri hizo frecuentes viajes abarrotado de pasajeros, arrastrando en algunos más de catorce coches; fué bastante la confusión en dicho tren, porque muchas personas entraron por las ventanillas y otras querían llevar consigo maletas y grandes bultos. Dos infelices mujeres dieron a luz en las cunetas del camino, más allá del puente de San Antonio; otras huyeron en ropas menores, casi desnudas.
El bombardeo de San Juan, no de sus baterías solamente como dijo el almirante Sampson, sino de la ciudad y sus defensas, fué un acto de guerra innecesario, cruel y abusivo. Hay leyes humanas que no necesitan para ser cumplidas estar consignadas en ningún código: son leyes de humanidad, de amor y respeto hacia las mujeres, hacia los niños, hacia los ancianos, y que se extienden a todos los no combatientes.
El teniente Jacobsen, comandante del crucero alemán Gier que visitó a San Juan, antes y después del 12 de mayo, publicó más tarde en Berlín un resumen de sus observaciones, y en la página 13 de su libro dice lo que sigue:
«Una verdadera sorpresa pudo haber ofrecido alguna ventaja al Almirante, solamente en el caso de que hubiese tenido la intención de forzar el puerto. Si fué una simple cuestión de reconocimiento, debió haber garantizado un plazo de dos o más horas, sin que eso alterase el resultado del bombardeo.»
Este marino, que fondeó con su crucero de guerra en el puerto de San Juan el día 9 de mayo, dos días antes del bombardeo, y al cual recibí y festejé en mi castillo, volvió a visitarnos a raíz del armisticio; ni antes ni después hubo secretos para él; lo vio todo, y así su trabajo resulta en extremo interesante; desde estas páginas le doy las gracias por el ejemplar que me enviara el año 1899. En ese libro y refiriéndose a los defensores de San Juan puede leerse:
«Son muy valientes estos soldados; de gran empuje y resistencia, siempre sobrios. Por esas cualidades militares, el soldado español es altamente apreciado en todas partes.»
Fuente: Rivero Méndez, Ángel. Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico. Madrid: Sucesores de Rivadeneyra (s.a.) artes gráficas, 1922, pp. 90-92.
Imagen: Bombardment of San Juan, Porto Rico, circa 1898. Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C.